Si el cine de nuestro país fuese una gran familia, sin lugar a dudas, “Smoking Room” sería el hijo desconocido lleno de talento.
Han pasado diez años desde que se estrenó la arriesgada y valiente propuesta de Julio D. Wallovits y Roger Gual. Al visionarla una vez más (ésta es de esas que conviene ver cada cierto tiempo) noto cómo ha pasado el tiempo (no para el cine ni la técnica, porque al fin y al cabo se hacen películas malas, regulares y buenas todos los años en todos los países, le pese a quien le pese) y se ha ido dibujando con el paso de los años un retrato de una época pasada. Los problemas eran otros; no son, como ahora, la búsqueda (y ausencia) de trabajo, sino que los problemas eran el mismo trabajo o surgían en él. El “subgénero” en el que se englobaría sería el del mundo laboral, pero en el fondo se hace un análisis de algunas de las acciones más primitivas del ser humano de los últimos siglos: la supervivencia, la desconfianza, el egoísmo, la apatía, la alienación, el estancamiento profesional, la envidia, el miedo al rechazo, el racismo, la reivindicación de los derechos, la globalización, el poder de las multinacionales y un largo etcétera que se podría seguir detallando escuchando tan sólo un diálogo (o monólogo) de una secuencia al azar.
Por un lado, el guión (una verdadera obra de arte) enmarcaría la película en un tono teatral, no obstante técnicamente se opta por los primerísimos primeros planos, la cámara al hombro, los barridos o el movimiento continuo de la imagen para destacar y captar las pequeñas emociones que se les escapan a los personajes, los cuales tienen historias individuales que apenas se mezclan las unas con los otras más allá del marco geográfico donde transcurre este relato: la oficina. En cada secuencia “avanzan la pelota” dando pinceladas al conjunto de la historia. El nexo de unión no es otra cosa que la ligera trama que toca de algún modo cada personaje, es decir, la petición de firmas para solicitar una sala para poder fumar en la oficina y no tener que salir hasta la calle o a la azotea. Esa trama está protagonizada por un increíble Eduard Fernández (este hombre siempre da el máximo y es un signo de calidad), por lo que se podría decir que si hubiera que elegir al que tiene más peso sobre los demás sería él, a pesar de ser una película coral. El resto del elenco está compuesto por algunos de los mejores actores del país: Juan Diego, Antonio Dechent, Francesc Garrido, Manuel Morón, Francesc Orella o Chete Lera, los cuales consiguen un conjunto de interpretaciones bien ensamblado fuera de lo común dando un resultado natural, creíble, cercano, orgánico y lleno de matices. Al igual que costaría elegir a uno sólo entre todos los actores, también cuesta destacar una secuencia sobre el resto; todas ellas contienen una tensión que va en ascenso, algunas de ellas con mucho humor negro o diálogos surrealistas (cualquiera protagonizada por la pareja Garrido/Orella como la rebuscada metáfora con la película de Alien 4, que es absurdamente divertida, o el diálogo sobre el destino al inicio del film), una independencia que evoca toda una historia sin necesidad de salir de una simple azotea u otros fragmentos que suponen un enfrentamiento continuo (ya sea personal, como por ejemplo en la historia de la posible promoción, o jerárquico, en el ultimátum de la directiva a Ramirez).
La dirección de fotografía, junto con vestuario y dirección de arte crean una imagen algo estilizada, mostrando y esbozando elegantemente la jornada laboral en una de las muchas oficinas standard insertadas en los edificios del centro de una gran ciudad. La ausencia de música es un acierto y tan sólo hay una canción, “Hoy puede ser un gran día”, de Serrat, para, casi a modo de broma final, cerrar el relato.
J.D. Wallovits y Roger Gual lograron el Goya a Mejor Dirección Novel en 2003 y una nominación a mejor guión original (aquella edición tenían como contrincantes los guiones de “Los lunes al sol”, “Hable con ella” y “En la ciudad sin limites”, que fue la ganadora). Después de este film se fragmentó esa unión y cada uno siguió su camino; J.D. Wallovits comenzó su labor como director teatral y escribió y dirigió el film “La silla”, protagonizada por Francesc Garrido. Por otro lado, Roger Gual escribió (junto a Javier Calvo) y dirigió “Remake”, una película muy recomendable en sintonía con “Smoking Room”, en la que casi todo el elenco hace acto de presencia, ya sea con un cameo o interpretando a un personaje principal. Recientemente Roger Gual ha terminado de rodar su nueva película, “Menú Degustación”.
Pase lo que pase, “Smoking Room” es una película arriesgada, valiente, sencilla, psicológicamente visceral, totalmente necesaria y, bajo mi punto de vista, una película de culto dentro de “nuestra cinematografía” (signifique lo que signifique).
Carlos Ena
Muy buena película, y enorme Antonio Dechend, una vez más