El actor Diego Luna ha llegado a Huesca con una de las trayectorias más destacadas en el audiovisual iberoamericano y también, logrando combinar el cine de autor con grandes superproducciones de Hollywood. En plena madurez artística, el mexicano reconoce que el Premio Ciudad de Huesca Carlos Saura del Festival Internacional de Cine Huesca cierra un círculo “de amor por mi madre, por el cine, y con España y las historias que crecí viendo”, pero todavía siente que tiene mucho que contar.
Así de emotivo se muestra Diego Luna horas después de recibir una de las primeras ovaciones del certamen que ha comenzado su 50º edición llenando el Teatro Olimpia. En una de las citas internacionales más ligadas al cortometraje y ante un buen número de medios de comunicación, Diego Luna ha reivindicado este género que hasta hace unos años tenía el estigma de ser algo casi estudiantil. Sin embargo, para él es algo único que requiere “talento y elocuencia” y “crea maestros”, ha querido destacar. “Un buen cortometraje se queda en tu cabeza para siempre” y cree que el cortometraje va a dar mucho más que hablar cuando el séptimo arte ya no solo vive en las salas de cine.
Hijo de un escenógrafo y arquitecto y de una reputada artista y diseñadora de vestuario de origen inglés, ha reconocido que recibir el galardón ha sido muy especial porque tras el nombre de Saura hay una historia muy personal de la vida del actor mexicano. La primera vez que se puso delante de las cámaras, casi por casualidad, fue en la película que el cineasta aragonés rodaba en su país, Antonieta, cuando apenas tenía dos años y donde su madre trabajaba. “Eso tiene que ver mucho que ver con el hecho de que yo esté haciendo cine”, confesaba el mexicano, después de contar cómo se enteró de que ese día, hace precisamente cuarenta años, su madre murió regresando del set.