Un suceso atroz ocurrido en la Barcelona de principios del siglo XX desencadenó el pánico generalizado de las gentes que concurrían la ciudad e hizo correr ríos de tinta de los periódicos de la época. En ello está basada la novela gráfica de Jandro González, Miguel Ángel Parra e Iván Ledesma en la que se inspira esta película, debut en la ficción cinematográfica del realizador Lluís Danés.
Una mujer es acusada de secuestrar y asesinar niños con la intención de utilizarlos para ungüentos curativos. Hasta ese momento, las desapariciones que se sucedían correspondían a niños pobres que parecían no importar a nadie. Todo ocurría de espaldas al pueblo llano, hasta que un día denuncian el secuestro de una niña: Teresita Guitart, que pertenece a la burguesía barcelonesa. A partir de ahí, una investigación da con esta prostituta y curandera a la que atribuyen el resto de crímenes. Los mentideros le atribuyeron un apodo: La vampira de Barcelona.
En la película, a partir de estos acontecimientos, y a modo de true crime, un periodista (Sebastiá Comas) intentará averiguar el trasfondo metiéndose de lleno en este lodo hasta obsesionarse. Sus traumas y su fascinación por el tema se irán acusando más y más a medida que va descubriendo quiénes y cómo están involucrados en los terribles hechos.
Es innegable que el gran tema de la película es la búsqueda de la veracidad de este truculento caso. Pero también las teorías conspirativas que pueblan las fábulas que se asientan en el imaginario colectivo. Trasladando este marco a la contemporaneidad, incluso se puede pensar en la manipulación y el papel de los medios en ello, tal y como ocurrió en los años 90, cuando el crimen de Alcàsser conmocionó a nuestro país. En estos dos contextos, todo el mundo estaba sediento de culpables.
La película está tratada como una película de terror, un thriller lleno de horror para el que el director despliega una imaginación visual muy coherente y atractiva. Atención al aspecto artístico del film, que casi recuerda al expresionismo alemán en algunos momentos. La dirección de arte es un delirio que conecta con la serie b de los productos de la Hammer, pero con un estilo victoriano plástico y muy logrado. De alguna manera parece artificial y preso de un presupuesto limitado, pero resulta de lo más acorde. En algunos pasajes incluso se utiliza una animación muy conceptual que redondea los elementos escenográficos.
Además el uso del blanco y negro es un recurso subrayado pero que se adapta muy bien a la negrura de lo que vemos en pantalla. Únicamente se rompe para adentrarnos en la pesadilla del periodista cuando se adentra en los burdeles y los bajos fondos, con el color rojo como protagonista. Es una lástima que la historia se detenga demasiado en dar vueltas de manera redundante y pierda en alguna ocasión el ritmo.
Los teatrales escenarios son también acordes con diálogos algo impostados en la mayoría de los casos. Menos mal que están defendidos por estupendos actores catalanes como Roger Casamajor, expresivo y torturado protagonista, secundado por Sergi López o Mario Gas. En el reparto femenino hay que destacar a Nora Navas, que dispone de pocas escenas y poco metraje pero mucho talento para componer a esa Enriqueta Martí apodada La vampira del Raval. Sin dejar de mencionar a Bruna Cusí y Nuria Prims.
Las leyendas a veces son alimentadas por conspiraciones escogidas por los medios de comunicación o paranoias colectivas y terminan erigiéndose como la verdad absoluta. Es difícil discernir entre realidad o ficción en sucesos que mantienen en vilo a la sociedad. Además el terror siempre ha apostado por esa fantasía que se nutre de lo que ocurre en las calles. Y, en conclusión, el miedo siempre ha instruido a la gente al antojo de quienes arrojan esas mismas leyendas.
Nota: 6,5
Chema López