Las noches de tormenta siempre me han resultado magnéticas. Desde la ventana de una casa, esa mezcla de temor y confort despierta cierta intimidad. Es el escenario elegido por David Moragas para situar su ópera prima A Stormy Night. Durante una noche, dos personajes que no se conocen tienen que pasar ese espacio de tiempo juntos, refugiados de la lluvia y el viento, y a la vez expuestos a sociabilizar entre ellos.
Un joven director español va a exponer su película en un festival de cine en Estados Unidos y por esta circunstancia tiene que cobijarse en la casa de su amiga Clara, pero ella no está. En su lugar está su compañero de piso, Alan. Ellos no se conocen, y ese incómodo proceso se volverá una experiencia catártica.
Una localización, dos actores y diálogos componen esta película que reflexiona sobre lo que el ser humano cree realmente ser, lo que proyecta y lo que anhela. La proyección social de lo que realmente somos y de la necesidad de buscarnos más allá de las convenciones sociales, o a pesar de ellas. La narración juega con el deseo, con la confianza extraña que sólo se consigue con desconocidos, con la desnudez de mostrarnos cual somos frente a alguien al que probablemente no volveremos a ver y del que su opinión nos importa poco. También coquetea con el romance “imposible” y analiza los roles, los privilegios y la situación de la comunidad gay en la actualidad. Las aplicaciones de ligar, la normatividad o el compromiso. Lo que se espera de ella, entre el colectivo mismo y desde lo que la sociedad ha etiquetado sobre ella. Conversaciones decideras, que adquieren poso por la misma somera hondura. Esa poca importancia que ofrece el acotado tiempo de conocimiento y que, sin embargo, araña una parte de los personajes que después recordarán probablemente esos momentos mucho más de lo que esperan.
Otras películas han acertado de pleno quizá con más profundidad sobre el amor difícil de materializar, como Antes del amanecer, de Richard Linklater,; o más cercana a A Stormy Night, Weekend, de Andrew Haigh. Este año otra película se acerca a las intenciones de la que nos ocupa jugando con recovecos temporales como Fin de siglo de Lucio Castro. Y otros directores han materializado el deseo desde la erotología más sexualizada como Marco Berger en films como Un rubio.
El encierro es otro de los recursos que Moragas utiliza para conseguir el propósito del film. La imposibilidad de salir obliga a los personajes a entregarse a esa supuesta nimia relación casual. Es uno de los elementos mejor utilizados y que consigue que el cariño sobre los personajes resulte muy convincente.
Podría ser una cinta más, pero termina urdiendo una puerta abierta a otras aspiraciones sin entrar en competencias más complejas que la de la mirada cómplice o el recuerdo que incluye una sonrisa tierna y amarga.
Nota El Blog de Cine Español: 7
Chema López