“Espera un milagro”. Estas eran las palabras que encontró grabadas Vicente Ferrer al llegar a su humilde primera habitación en Anantapur en 1969. También es el título del documental que ha firmado Gemma Ventura y que se estrenó el pasado viernes, 17 de junio, en seis salas españolas. Un verdadero “milagro” teniendo en cuenta que es un film cuya producción va más allá de la independencia.
Hay que aclarar que esta no es una película sobre Vicente Ferrer, si acaso lo sería sobre su fundación en su primer y tercer acto, mientras que el segundo está dedicado íntegramente a la casta de los dálits, los famosos intocables. Pero que nadie se asuste, no es un publirreportaje de 92 minutos, aunque evidentemente es una publicidad efectiva para la fundación.
“Espera un milagro” es un documental de creación, de los que vale la pena ver en el cine, muy alejado de la narración y estética televisiva. Es de agradecer ver un documental con una fotografía y unos encuadres tan cuidados, donde se demuestra como sacar todo el partido de la cámara ”Red One” y que hace tiempo dejó de importar filmar en celuloide, si sabes cómo hacerlo en digital. La puesta en escena también es impecable, así como el uso de ciertos recursos estéticos, por ejemplo la acertada utilización del split screen, tanto en la forma clásica de partir la pantalla en la sala de edición, como en la de incorporar una pantalla física donde se proyectan imágenes del pasado, en la escena.
Claro que todo este despliegue de recursos estéticos tiene su reverso negativo: le restan espontaneidad a los personajes. El documental adolece de una falta alarmante de acción, a nivel narrativo se acaba convirtiendo en una (estéticamente preciosa) sucesión de cabezas parlantes. El espectador se queda con las ganas de ver a los personajes avanzar, de conocer su día a día por sus acciones y no únicamente por sus declaraciones. Quizá el documental hubiera ganado si la narración tuviera un objetivo hacia el que avanzar y no sólo mostrar mediante la palabra la situación de los pobres entre los pobres.
En definitiva, un buen documental, hecho con pasión, que huye del gore emocional, deja espacio para la esperanza y que reconfortará especialmente a aquellos que colaboran con la magnifica labor de la Fundación Vicente Ferrer. A mi, además me ha reafirmado en una idea que hace tiempo tengo ¿por qué está tan bien considerado todo lo que viene de la India entre algunos occidentales? Muchos alaban la espiritualidad del hinduismo, pero en realidad es una religión que avala un intolerable sistema clasista. Menos mal que hay documentales como este para hacernos pensar.
Alberto Galán Motta