Inspirado en hechos reales, dice el cartel; juego de marketing que intenta convencernos de que estamos ante una película hermana de Verónica (2017). ¿El problema? Que el director de la película que nos ocupa no es Paco Plaza, y aun siendo un buen director, logra una película entretenida pero que se queda a medio gas.
Malasaña 32 no engaña y regala al espectador lo que promete. Terror sin complejos, ritmo frenético y actuaciones sólidas que ayudan a que el espectador nunca pierda el interés. Eso sí, no aporta nada nuevo al género y puede que sea una película que se olvide al poco de verla. Da la sensación de que el material original merecía más, mucho más.
Una familia se muda a un piso nuevo; piso que resulta tener un fantasma. Es un argumento típico del cine de terror cuyo interés radica en la actualidad más en el “cómo” que en el “qué”. Respecto al “qué”, el director Albert Pintó sabe en qué liga juega y lo deja claro desde la primera secuencia con un homenaje al clásico Al final de la escalera (1980). A partir de entonces, con las cartas sobre la mesa, es cuando toca valorar el “cómo”; y aquí llega el principal problema de la película.
Sin querer caer en un esquema reduccionista, podríamos decir que al elaborar una película de terror hay dos sendas bien diferenciadas. Llegar al terror por la atmósfera y la dramática de los personajes, o por el efectismo puro y duro ¾que es lo que más se destila en la actualidad¾. Sin duda, Albert Pintó lo tiene claro y escoge la segunda opción. En cada una de las escenas hay un esfuerzo por sorprender y asustar al espectador, olvida que menos es más; y vemos jump scare tras jump scare. La película entra en un juego que busca el susto fácil a toda costa y no tiene vergüenza alguna en abusar de estos efectos tan manidos.
Con todo, es una película con buena factura. Aunque eso sí, continuista y mecánica; hecha sin alma. Abraza la fórmula que tanto éxito ha dado a otras películas parecidas y no intenta innovar lo más mínimo. A veces se hubiese agradecido cierto intento por conceder espacio a los personajes y su desarrollo dramático; pero la película se limita a ofrecer sustos y a no dar respiro; y eso hay que reconocer que lo consigue. Toca elogiar la puesta en escena de Albert Pintó; consigue filmar con brío y tensión algunos momentos que podrían haber caído fácilmente en lo anodino y consigue planos realmente electrizantes. Aun así, su mayor virtud es que no deja “vendidos” a los actores.
El trabajo actoral de la película es su principal baluarte. Sobre todo hay que elogiar a la joven promesa Begoña Vargas, que está en estado de gracia en cada uno de los planos, y a sus dos padres en la ficción: Bea Segura e Iván Marcos, convincentes y carismáticos. Ah, y cómo no hablar de la breve pero especial aparición de Concha Velasco; al salir de la sala de cine no podemos desear otra cosa que verla más a menudo en pantalla.
En definitiva, es una película entretenida que gustará a los que busquen refugiarse con palomitas y llevarse dos o tres sustos; pero que dejará con hambre a los puristas del género de terror que esperaban que el cine español les diese una alegría. Pero no desesperemos, Albert Pintó aún no ha hecho su mejor película, y seguro que pronto nos sorprenderá con su talento; no tengamos la menor duda.
Nota El Blog de Cine Español: 5,5.
Crítica de Toni Sánchez Bernal