CRÍTICA: LA “INTEMPERIE” ENFRÍA A BENITO ZAMBRANO

Benito Zambrano encontró en la novela Intemperie (Jesús Carrasco, 2013), relato sobre la improbable historia de amistad entre un cabrero y un niño prófugo del caciquismo, el vehículo perfecto para dar rienda a la sensibilidad y emoción que define su filmografía. Asimismo, el relato está marcado por un fuerte componente social, otra de las señas argumentarias del cineasta sevillano.
Para rematar lo que sobre el papel se intuía altamente prometedor, la trama se envuelve de western castizo ambientado en la Andalucía de los años 40, ofreciendo unas atractivas posibilidades escénico-narrativas.

De hecho, no hay duda de que la ambientación y escenografía, producidas totalmente en exteriores, resultan el apartado más notable de la película. El certero objetivo de Pau Esteve Birba retrata a una España polvorienta, desolada, hostil. La intensa luz blanca se torna opresora, castigando las curtidas pieles de los personajes que deambulan por unos sugerentes paisajes del Altiplano granadino que, sin duda, enriquecen un visionado mermado por problemas en la adaptación de la novela.
Sin los necesarios matices que nutren las páginas del libro, nos encontramos con un relato convencional, manido y previsible. Bordeando el maniqueísmo, los personajes carecen de una composición psicológica profunda.
El terrateniente (Luís Callejo) y secuaces ejercen de villanos de manual. Y, en el vértice opuesto, la bondad infinita -con sus consiguientes códigos morales trasnochados- del personaje de Luís Tosar, del que apenas sabemos quién es, adónde va y a qué dedica el tiempo libre. El actor cumple su cometido ante un papel de escaso desarrollo.

Sin demasiado que ofrecer cinematográficamente, podríamos valorar el hecho de encontrarnos con una bonita película con capacidad de entretener y emocionar a un público poco exigente, pero eso es algo que tampoco sucede. La cinta se deja ver con facilidad pero, aquejada de cierta frialdad, queda lejos de alcanzar la conexión emocional con el espectador, siendo esto especialmente sorpresivo por tratarse del punto álgido de la filmografía de un director acostumbrado a impactar en las entrañas y cuyas anteriores películas resultaron rotundos éxitos de público. En esta ocasión, y espero equivocarme, no vaticino un gran recorrido comercial.

Uno de los factores que marcan esta distancia con el espectador está en escasa evolución de la relación de amistad. La historia pide a gritos aventura -las pocas escenas de acción demuestran que este apartado no es la especialidad del director-, momentos de humor y una química que logre que el espectador se enamore de la pareja protagonista y, llegados al desenlace final (predecible desde el minuto uno), tocarnos un poco el corazoncito.

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