Desde También la lluvia, la alianza entre Iciar Bollaín y Paul Laverty ha hecho que en sus películas el discurso haya ganado terreno, pero ha sido restado de su propia mirada. Esa que nos dio películas tan frescas y auténticas como “¿Hola, estás sola?”, “Flores de otro mundo” o la multipremiada “Te doy mis ojos”.
Yuli es el biopic del bailarín cubano Carlos Acosta. En este nuevo filme nos encontramos a una Bollaín que ha crecido como realizadora, aunque tal vez la narración de Paul Laverty se adueñe de la película más de lo que quisiéramos, al menos los que admirábamos la capacidad de la directora para contar historias más orgánicas .
En esta ocasión, nos cuenta la vida del bailarín desde su infancia a la puesta en marcha de un espectáculo sobre su vida. En algunas ocasiones casi parece, una explicación sobre ese espectáculo de danza, con números musicales espléndidamente dirigidos, que se intercalan con la niñez y juventud del protagonista en la Cuba de esos años. Así el guión incide y reflexiona sobre la dictadura cubana, los sueños de los que se quedaron, la nostalgia de los que consiguieron salir y emigrar de allí, de la condición de raza del protagonista, del sacrificio hacia el éxito, la hombría, y la catarsis del arte. Muchos temas para una película muy acusada en su variedad de intenciones narrativas y superficial sobre todas ellas, bajo una batuta convencional y academicista.
A pesar de ello, y con una película ya doliente de sus reiterativas pretensiones, visualmente Iciar Bollaín entrega una película muy lograda. Quizá gran parte de culpa sea de la espléndida fotografía de Álex Catalán, consiguiendo gran belleza acentuada con su tratamiento de la luz, y fotografiando una Cuba colorista y preciosista. Alberto Iglesias acompaña las imágenes con una partitura con mucho protagonismo en la película, quizá menos inspirado que en otras ocasiones y afín a la película, mucho más formulaico.
A destacar el fantástico trabajo de dirección de producción y localizaciones, además de la conjugación entre danza y flashbacks en un montaje preciso. En su contra no se puede dejar de mencionar cierta repetición de sensaciones que terminan lastrando en gran parte el conjunto y aburriendo al espectador.
El personaje de Yuli es interpretado por tres actores. En sus versiones infantil y joven, el personaje posee cierto carisma y fuerza, y cuando llega a la actualidad intercalada durante todo el metraje, Carlos Acosta (precisamente el personaje real es interpretado por sí mismo en la edad adulta) resulta menos atractivo y su interpretación flojea comparada con sus compañeros. Resulta del todo incomprensible que la academia de cine español haya nominado como actor revelación al bailarín, cuando sus compañeros de reparto están bastante mejor y además aparece muy poco en la pantalla, casi siempre además, bailando. Del mismo modo, hay que reconocer que el resto de casting es bastante bueno, sobre todo el actor que interpreta al padre de Yuli, Santiago Alfonso que defiende con vehemencia todos sus estupendos diálogos.
En el cine ya nos habíamos encontrado con películas sobre bailarines mucho mejor tratadas y con más fuerza a nivel social y contextual. Así, en la inevitable comparación con el “Billy Elliot” de Stephen Daldry, ésta gana la partida a la “Yuli” de Bollaín.
Nos quedamos a la espera de la próxima película de una cineasta de la que echamos de menos su propia voz tras la formalmente conseguida “Yuli”, que termina perdiéndose en los pasos de baile ensayados mil y una vez ante el espejo más típico del género del biopic.
Nota El Blog de Cine Español: 5.
Chema López
Coincido con esta crítica.
Y las reiteraciones deberían haberse sustituido por arrojar luz sobre algunas cosas que se despachan en elipsis.
Le ha quedado un poco deslavazada. No está mal y es bonita de ver pero es muy poco memorable.
Tal cual, Benigno.