A veces ocurre que una película te llega tanto que cuando sales del cine sólo tienes ganas de estar solo, para refexionar sobre lo que has visto, o bien, te remueve tanto por dentro que necesitas, para expulsar toda la emoción que llevas dentro, llamar a un ser querido por teléfono o bien pedirle un abrazo a alguien que tengas cerca. En mi caso, como fui solo a verla en el Teatro Lope de Vega, en el marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla, usé el comodín de la llamada y del abrazo, aunque este llegó más tarde al coincidir en el restaurante en el que estaba cenando con el equipo de la película. Y ese abrazo fue con…el propio Roberto Álamo, al que le di le enhorabuena y, tras abrazarle, le dije que merecía nueva nominación al Goya por su trabajo en este drama que despierta muchos sentimientos, muchas emociones, esas que no percibe su protagonista después de un recibir un duro golpe emocional, de esos duros, que llegan sin avisar, cuando menos te lo esperas.
De esto trata “Alegría, tristeza”, la nueva película del director y productor Ibon Cormenzana, que regresa a la dirección después de varios años de producir, a través de su empresa Arcadia Motion Pictures (“Blancanieves”, “Blackthorn”), y vuelve regalándonos una historia que va calando poco a poco en el espectador. Una historia que crece gracias al trabajo de sus actores, un inconmensurable Roberto Álamo, de Goya, mínimo una nominación se merece; un Andrés Gertrudix, brillante, como casi siempre, el orate que nos descubre uno de los pequeños secretos de la trama; un secreto que oculta el personaje de Manuela Vellés, quizás demasiado joven para interpretar el personaje de psicóloga que requiere la historia; la niña Claudia Placer -repito lo que he dicho en las redes sociales-, la mejor actriz española de su generación; un Pedro Casablanc, siempre convincente, aunque su personaje sea uno de los menos creíbles del guion; y una Maggie Civantos, que aparece poco, pero que con su mirada, con esos ojos verdes, siempre llena la pantalla.
“Alegría, tristeza” tiene varias secuencias que marcan al espectador, desde la “explosión”, literalmente, que provoca que Marcos (Roberto Álamo) acabe internado en un psiquiátrico; hasta cuando el protagonista abre su corazón y le cuenta a su psicólogo qué desencadenó su enfermedad; el momento enfermo y doctor, cuando el primero le cuenta al segundo lo que éste desea tanto saber; hasta la escena final, el punto de inflexión que vuelve a activar las emociones, la empatía por los demás, en el cerebro de nuestro protagonista. ¡Brutal!
En resumen, Ibon Cormenzana, cámara en mano, logra transmitirnos las emociones que ya no siente el protagonista de su historia, guion escrito conjuntamente con Jordi Vallejo, acompañado de una excelente BSO, obra de Lucas Vidal.
Nota El Blog de Cine Español: 8.
Almodovar o demás pesos pesados patrios ya están tardando en darle protagonistas a Roberto. Menudo actorazo.
Pues si no eres amigo de Roberto Álamo y no te das abrazos con él, no harías una reseña tan pelota, porque la peli resulta bastante soporífera, tiene un giro final absurdo, y a este actor tan “memorable” no se le entiende cuando habla, por lo que se pierden momentos que deberían ser emotivos, como cuando dice que ha entrado en Atocha tras el 11M.