CRÍTICA “LA VIDA Y NADA MÁS”: PEQUEÑA PELÍCULA QUE EN SU PLANO FINAL AÚNA TODA SU HONESTIDAD Y HUMANIDAD EN UNA SECUENCIA PARA EL RECUERDO

Antonio Méndez Esparza, ganó el premio FIPRESCI de la semana de la crítica de Cannes en 2012 con su primera película: “Aquí y allá”, muestra de cine independiente que pasó bastante inadvertida por nuestras carteleras pero que llamó la atención de la industria. En este caso, con “La vida y nada más”, da un paso más en el cine indie, y ha conseguido dos candidaturas en los premios Independent Spirit Awards estadounidenses.

Cuenta la historia de Regina, una madre que vive con sus dos hijos en Florida, y que trabaja duro para llegar a fin de mes, mientras intenta llenar el vacío de su vida rutinaria para alejarse de la desidia que contamina su propio espacio. La convivencia con su hijo mayor es difícil, y éste tiene dificultades para relacionarse con su madre por una ira angustiosamente patente que llena de desgracia el día a día. Durante el metraje observaremos estas relaciones y sus satélites mediante la cámara de un director silente, que se queda callado mientras su lupa agranda los pequeños pasos de personas corrientes que forman el mundo.

El componente racial es uno de los puntos clave de una película que sin embargo, no carga tintas en ningún momento. Su visionado es relajado y ese remanso tiñe todo el film de una soterrada melancolía, nada poética que raspa la emoción del espectador a fuerza de sucesiva inercia vital. El objetivo más claro de la película es la verdad. Quizá por ello, aunque en mi modesta opinión equívocamente, la película ha sido propuesta en la categoría de mejor documental en los premios goya de este año. Algo realmente discutible, porque aunque lo que vemos podría ser el devenir de la existencia de los personajes en la vida real, no deja de ser ficción. Es cierto que los actores no son profesionales, y que los escenarios en los que se ha rodado la película, podrían ser los mismos por los que caminan habitualmente, pero eso no convierte esta película en un documental, o en un ejercicio meta de no ficción. Ese realismo es imperativo, pero también un propósito de una ficción perfectamente ejecutada.

Su carácter comprometido y su tangible tacto es más allá de sus logros, un arma de doble filo. La película es inevitablemente reiterativa, aunque eso no es más que una consecuencia de la pretensión natural de una película que quiere ser la propia vida. Efectivamente, y en el caso que nos ocupa de forma casi asombrosa lo consigue, pero es difícil involucrarse en ello como espectador, más allá de comprender sus virtudes y elogiar el resultado final. El cine, puede ser un artificio manipulador, que sin embargo llega de forma nítida al alma del público, y en este menos es más, el menos pesa demasiado para que los espectadores conecten con una propuesta que pesa como una losa, pero de la que comprendes sus formas y tempo.

Regina Williams es la actriz que podría interpretarse a sí misma, pero que incorpora a su alter ego, Regina. Un gran personaje de la que la intérprete saca petróleo y llena la pantalla de verdad, de su propia forma de mirar, y de sus verdaderas lágrimas silentes que rompen y traspasan la pantalla de manera sobresaliente. Ella ha conseguido colarse en la categoría de mejor actriz en esos premios americanos del cine independiente, y no es para menos. A su lado Andrew Bleechington, el adolescente que interpreta a su hijo, aprobando con nota en su debut cinematográfico.

En definitiva, la película es un soplo de aire cargado y espeso, cine social del que llaman importante, quizá no apto para todos los públicos y que aprovecha su nimiedad para hacerse grande en ese plano final que aúna toda su honestidad y humanidad en una secuencia para el recuerdo.

Nota El Blog de Cine Español: 7.

Chema López

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