‘Julieta’ impactó en el imaginario almodovariano al representar el dolor desde el silencio, la autenticidad y la verdad. Con evidentes paralelismos y siguiendo esa delicada estela llega ‘La memoria del agua’, coproducción dirigida por el premiado realizador chileno Matías Bize (En la cama, La vida de los peces) cuyo estreno en España se producirá este viernes y que es, sin duda, uno de los puntos álgidos de nuestro cine en 2016 -junto a la mencionada ‘Julieta’-.
La degradación de la pareja ante la pérdida de su hijo ya ha sido retratado en películas como ‘Ayer no termina nunca’ (Isabel Coixet), en ese caso desde un éxtasis bergniano; o desde la transgresión magnética y pretenciosa de ‘Anticristo’ (Lars Von Trier).
Pero quizá nunca se nos ha ofrecido una visión tan sincera. Bize desplega un catálogo de sutilezas alejado de estridencias, siendo capaz de convertir el terrible relato en algo bello, jamás incómodo, en una hermosa poesía visual-narrativa amparada en un eficaz uso de la banda sonora y la fina lluvia de imágenes, con especial importancia en los rostros de sus dos protagonistas.
Este último punto es especialmente interesante a la hora de plasmar las dos formas de afrontar el duelo. En primer lugar, Javier (Benjamín Vicuña) parece desprender un halo de esperanza dentro de su dolor contenido, irremediablemente irradiado en su mirada. Por su parte, Amanda (Elena Anaya) se aferra al dolor y a ese terrible síndrome del padre que pierde a su hijo y autocensura cualquier atisbo de felicidad. En su expresividad del dolor, contraste con su marido en la ficción, Anaya protagoniza varias escenas de gran potencia -a destacar la secuencia de la locución junto a Alba Flores- . Son momentos de lucimiento y recital de la actriz palentina que probablemente le reportarán una mención en las nominaciones a los próximos Premios Goya, pero Vicuña es el auténtica alma de la película en su estremecedora contención. Evidentemente, su intrahistoria personal -el actor perdió a su hija en la vida real hace tres años- le da una dimensión única, y estamos ante un ejercicio de valentía, honestidad y verdad que se transmite en cada momento del filme apoyado en una mirada que refleja el dolor sincero; el que impide brotar una lágrima.
La película no aborda frontalmente el drama hasta su contundente diálogo final. En su tránsito, hay belleza y hay amor. También desamor. Como espectador me vi sorprendido cuando descubrí como punto álgido de la emotividad del filme precisamente su historia romántica, con la imagen de un Vicuña bajo la nieve pagado de amor por su mujer o un beso de esos de película estremecedores y milagrosos, sólo concebibles cuando existe una gran química y complicidad entre sus protagonistas.
Puntuación: 8
Repasa la crítica de ‘La memoria del agua’ de Gabriela Rubio.