Las primeras imágenes de “Acantilado” son pura belleza. La directora nos ofrece un primer plano del mar que transmite calma y mucha paz, sin embargo, a continuación, ya nos introduce en la trama: se produce un suicidio colectivo. Un arranque potente y muy prometedor al combinar dos escenas tan distintas entre sí y, a la vez, tan necesarias para un gran comienzo. A partir de aquí comienzan algunos problemas con la historia. Aparentemente es una película sobre sectas pero, a medida que avanza, el espectador descubre que se trata de un viaje interior de los personajes, de conocimiento de sí mismos. Es un buen planteamiento, de hecho, de los mejores que he podido apreciar en los últimos tiempos porque parece que a los guionistas se les acaban las ideas. Una buena idea, una buena historia, pero una película requiere no sólo una brillante puesta en escena -que sí hallamos en “Acantilado”- sino también un buen casting, unos diálogos adecuados y, ante todo, un buen montaje. Estos aspectos son los que fallan en este largometraje sobre la búsqueda de uno mismo.
“Acantilado” se divide en dos direcciones distintas: una más espiritual que implica esa búsqueda de uno mismo y otra policial en cuanto a la investigación del caso.
Una de las piezas que no encaja en “Acantilado” se encuentra en esta última parte: Goya Toledo, que interpreta a la inspectora del caso, está totalmente estereotipada, extremadamente forzada en su papel de inspectora dura, independiente, atractiva y con sus gafas Rayban que no pueden faltar (y que nos recuerda a la agente de Lays). Daniel Grao y Juana Acosta interpretan unos papeles correctos pero algo planos. No creo que sea un problema de falta de talento, sino más bien que la historia y sobre todo las escenas no les permiten ir más allá en su evolución como personajes.
Con respecto al ritmo de la película faltan diálogos brillantes y ante todo profundos. Muchas veces nos suenan los diálogos. ¿Acaso no son frases que hemos escuchado miles de veces en “thrillers” de diferentes épocas?
La fotografía de “Acantilado” es una maravilla. Estéticamente es una delicia, como ocurre en “El Renacido” (salvando las distancias, claro). Sin embargo, tanto en ésta como en “Acantilado” ha importado más la estética, la belleza geográfica que el guión (volviendo a salvar las distancias). Ha parecido fallar ese equilibrio que tanto hubiera necesitado esta película. Probablemente hubiera sido una mejor idea no abarcar tantos temas distintos entre sí: la pérdida y el reencuentro de los personajes, los triángulos amorosos, el mundo de las sectas o la investigación policial, porque a veces abarcar tanto implica pasar por encima de todas las temáticas sin entrar verdaderamente en ninguna de ellas y que el espectador sienta indiferencia. Visionando “Acantilado” me vino a la mente la película “Martha Marcy May Marlene”, excelente película dramática estadounidense que se centra en el mundo de una secta y de la escapatoria de ella de una de sus integrantes. Es una película que a diferencia de “Acantilado” no arriesga, pero funciona. La película de Helena Taberna arriesga y quiere transmitir mucho pero no lo logra del todo.
Hay que destacar algo muy positivo de “Acantilado”: Ingrid García–Jonsson. Su actuación desprende inocencia y esa pérdida de la que habla la película. Tan sólo una mirada consigue traspasar la pantalla y desear que aparezca más veces, queremos que robe escenas a los demás actores. Apuntemos el nombre de esta promesa que sin duda no parará de sorprendernos gratamente en futuros proyectos.
“Acantilado” comienza proponiéndonos un soplo de aire fresco, diferente a lo visionado hasta ahora, pero desemboca en tópicos, lo cual supone una contradicción. A pesar de ser una película hermosa desde el punto de vista estético y ser una idea prometedora, es irregular en su ejecución. Una apuesta que promete pero que se queda a medio gas, aunque atentos al brillante cierre en los últimos minutos de metraje.
Recomendable visionado pero sin grandes pretensiones.
Nota: 6
Gabriela Rubio