Que los senderos de la mafia y el fútbol no transcurren por espacios muy separados no es ninguna sorpresa, y cada día se demuestra más con sucesos como los ocurridos en los últimos meses con la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial, salpicado por profundos, variados y graves casos de corrupción. Al fin y al cabo, fútbol es religión y religión es poder, y es ahí donde se cruzan los caminos de mafia y fútbol. Y en ese mismo cruce de carreteras, también, fue donde se cruzaron los caminos de los dos Escobar más importantes de la historia reciente colombiana: el narcotraficante Pablo Escobar y el futbolista Andrés Escobar. Una negra unión de historias narrada con maestría por los hermanos Jeff y Michael Zimbalist en el premiado documental Los Dos Escobares (2010).
Por desgracia, fútbol y narcotráfico fueron las dos caras más representativas de la Colombia de la primera mitad de los años 90 y, casualmente, dos Escobar, sin relación familiar entre ellos, ponían nombre a dichas caras y los dos lo hacían desde Medellín: Andrés Escobar, el galante del fútbol, ídolo de la ciudad, modelo para muchos y capitán de la selección colombiana; y Pablo Escobar, el capo de capos, líder del cártel de Cali y probablemente el narcotraficante más influyente de la historia, al que Benicio del Toro ya representó en Escobar: Paraíso Perdido.
Los Dos Escobares, siempre apoyado en la narración de personajes cercanos a ambos protagonistas (desde futbolistas a sicarios del cártel), arranca sus 100 minutos de metraje descifrando los inicios de Pablo Escobar, de ladrón de poca monta a su ascenso hasta la narcopolítica. Y en medio de todo ese proceso, su siempre presente relación con el mundo del fútbol. Construyendo campos e iluminando los existentes para las clases populares, primero, y como dueño y presidente del Nacional de Medellín que conquistó su primera Copa Libertadores en 1989. Equipo, del que (y es ahí donde sus caminos se cruzan por primera vez) Andrés Escobar es la más rutilante de sus promesas.
Desde dicho punto, el documental entrelaza las historias de ambos Escobar, sorprendentemente coetáneas en su subida, pico y derrumbe. El auge de los finales de los 80 para tanto el narcotráfico como para el fútbol colombiano, el esplendor del inicio de los 90 (con Pablo en la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo y Andrés capitaneando la Colombia más victoriosa de la historia) y el fin, con la muerte del capo en 1993 y del futbolista en 1994, a manos de enemigos del “oro Escobar”, tras el descalabro colombiano en el Mundial de los Estados Unidos.
Pero el punto fuerte de la producción de los hermanos Zimbalist se encuentra sin duda en la pluralidad de voces que ofrece, todas ellas en estrecha relación con ambas vertientes de la historia y para nada propensas a caer en el maniqueísmo. Relatos, además, crudos hasta el escalofrío, como las narraciones de “El Popeye”, uno de los sicarios más destacados del cártel de Medellín, de los jugadores y técnico de la selección sobre las extorsiones y amenazas de los cárteles en el Mundial de 1994, o del propio expresidente de la federación colombiana de fútbol (preso durante varios años por lavado de dinero).
Un documento, el de Los dos Escobares, imprescindible para entender el pasado más reciente del país sudamericano, su declive social y deportivo durante los años 90 y gran parte del siglo XX (aún a día de hoy los futbolistas colombianos no representan una comunidad significativa en ninguna gran liga de Europa), y que ayuda a valorar aun más la recuperación sufrida en todos los niveles durante los últimos años. Las caras de los dos Escobar, Pablo y Andrés, no son más que las caras de la Colombia que pudo ser y no fue, que desde luego ya no es.