El agua turbia de la marisma es capaz de tragar y devolver a la superficie cadáveres de mujeres torturadas, pero no de limpiar el dolor ni el desasosiego en los rostros custridos de los habitantes heridos de un pueblo anclado en un pasado reciente, incapaz de avanzar hacia una democracia flamantemente estrenada de 1980.
Tras los espectaculares títulos de crédito con los planos aéreos de ese mapa físico lleno de recovecos y caprichosos escondites naturales, la acción de la película ya está planteada de inmediato y estamos inmersos en un caso oscuro y horrible: la desaparición de dos niñas.
Dos policías lo afrontan de manera distinta, aunque ambos a modo de castigo exiliados en el sur de una España vieja, que reconocemos en el ayer o en el hoy y que nos sirve de un espejo sucio y gastado en el que no queremos mirarnos. El ocultismo de unos personajes que callan, asumen, cubren y la vehemencia de jóvenes que quieren escapar de allí, es una antítesis presente casi durante todo el metraje con consecuencias trágicas.
También el carácter de dos protagonistas antagónicos entre sí, héroes y verdugos en la historia, enfrentados políticamente, pero sobre todo éticamente. Algo que se irá confundiendo en el transcurso de la investigación que llevan a cabo.
La realización a la que recurre Alberto Rodríguez dota a ‘La isla mínima’ de una atmósfera latentemente siniestra, interiores sombríos, primeros planos que vocean silencios, ángulos desde reflejos jugando con lo que ocurre fuera de campo, o alejando cenitalmente la cámara para observar que desde la altura es más difícil disimular lo que desde cerca es casi imposible ver.
En ocasiones la película se gusta demasiado a sí misma. Es cierto que Rodríguez presenta aquí su película más estilizada, pero que también dota de un tono cinematográfico pegado al género que funciona de manera excelente y se convierte en lo mejor de una función en la que la iluminación y el trabajo de Álex Catalán como director de fotografía alcanza cotas de belleza indiscutibles.
Un guión bien construido en base a un sumario policial, alimentado de ficción con ese pueblo lleno de caminos en los que perderse. Una dirección de arte llena de detalles identificables y la música de Julio de la Rosa que genera tensión pero renuncia a la grandilocuencia gratuita.
La dirección de actores es uno de los puntos fuertes que siempre reside en las películas de Alberto Rodríguez, como ya ocurría en Grupo 7, After o 7 vírgenes, aquí también nos encontramos una labor de casting muy conseguida. Raúl Arévalo está convincente alejado de sus personajes más cómicos y lo que hace Javier Gutiérrez es impresionante, aportando humanidad a un personaje complejo en el que se dan pocos datos de su presente y de sus antecedentes pero en la expresión del actor se recorre todo el arco dramático y sus contradicciones.
También destacaría el trabajo de Nerea Barros, como esa mujer misteriosa enmudecida y que dosifica la información que tiene velando siempre más de lo que enuncia. Incluso Jesús Castro en esta ocasión está mucho mejor que en la reciente El Niño, en un par de escenas en las que cumple con mucha convicción.
Las diatribas de esta narración incómoda argumentalmente no regala nada al espectador, incluso podría entenderse que el caso es un gran mcguffin que llena el metraje y se erige como un poderoso vehículo para contar lo que realmente es el valor principal de la película, un contexto sociohistórico en forma de envenenado thriller.
Una película llena de arraigo, pensada, milimétricamente planificada y dirigida de manera magistral. Brotando como sangre coagulada, llenando y vaciando una tierra cuarteada y empapada de agua: esta isla mínima perdurará en la cabeza de un espectador que contiene el aliento durante el visionado y que llena los huecos de los subtextos sumergiéndose una y otra vez.
Como los buenos entretenimientos, que también lo es, consigue ser mucho más. La negrura de una época que fue, que es y que está adherida en el instinto humano más tenebroso, tanto en los buenos como en los malos.
JOSÉ MANUEL LÓPEZ LILLO
Totalmente de acuerdo, la peli se queda en tu cabeza y no para de crecer!
La vi esta tarde y no se como describirla para mi ya es la mejor pelí española de 2014, casi todo es perfecto por poner alguna pega….seria que no le sacaran mucho mas partido al personaje del asesino y la nula interpretacción de Jesus Castro que se pasa la pelí con cara de “guapo sieso”, por lo demás es impresionante sobre todo lo bien conjugada q esta entre la andalucia mas olvidada y el estilo de cine anglosajon…… y el casting chapooooo tanto los dos protagonistas como todos los secundarios a cual mejor
Creo que si hubiéramos presentado La Isla Mínima a los Óscar hubiéramos tenido serias opciones a llegar a la final.Al hecho de que es jodidamente buena se le une que ha conectado sorprendemente bien con los críticos internacionales que la han visionado.
¿Se sabe ya por qué no contaron con ella para los Óscar?
Magnífica crítica en la que se destaca la dirección de Alberto Rodríguez, la fotografía de Álex Catalán y la BRI-LLAN-TE interpretación de Javier Gutiérrez, los 3 pilares fundamentales de ‘La isla mínima’.
Cuando uno ve estas películas, se da cuenta que los vestigios del franquismo llegaron más allá del año 75 que él murió y que duró varios años más en ciertos aspectos (como el secretismo de un pueblo entero), o en ciertos campos y profesiones.
De lo mejor del año, sin duda.
A mí me ha gustado con moderación. Brillante a nivel visual, con un interesante subtexto relativo a una cuestionable Transición, me ha resultado un poco mecánica, una película quizás demasiado preocupada por bombardear al espectador con hechos y datos que hagan avanzar la investigación, como si tuviera miedo de soltar de la mano al espectador. Y yo creo que eso le impide trascender más allá de su brillante corrección. La música demasiado omnipresente, aunque afortunadamente es minimalista. Los actores, muy bien Javier Gutiérrez, correcto sin más Raúl Arévalo, que pasa por la película con la mueca de seriedad congelada en el rostro. Respecto a Jesús Castro, no se si estaba utilizando la pose “Blue Steel”, “Ferrari” o “Le Tigra”.
Es que Jesús Castro no es actor,lo cual no quiere decir que en un futuro no se convierta en un actor decente.De todas formas me parece muy valiente el tratamiento que Rodríguez y Cobos le dan a su personaje,siendo como es un ídolo entre jovencitas.
Seguro que poco a poco Castro ira convirtiendose en buen actor que buenos actores estamos bien surtidos pero guapetes asi no tanto y tiene que haber de todo
La verdad es que el cine español necesita que vaya surgiendo savia nueva de actores.Los pocos que dan el pelotazo desaparecen demasiado pronto del estrellato,salvo Mario Casas.Acaban resultando modas demasiado pasajeras a las que se les saca más provecho en televisión que en cine.
Estupenda crítica, a la altura de la pelicula, describe a la perfección ese humedal sombrío y los oscuros acontecimientos que suceden en él.
Maravillosa realización de Alberto Rodríguez, yo tampoco puedo olvidarla, será una gran apuesta para los próximos Premios Goya.