Hace poco discutía sobre si el cine no debía ser más que un medio de entretenimiento, una opción más dentro de las posibilidades de ocio del numeroso y variado repertorio que nos ofrecen nuestras sociedades hoy en día, poco más que una industria y un negocio, sin mayores pretensiones. Y esto es algo que siempre me ha preocupado o, más bien, que ha ocupado mi reflexión durante algún tiempo. Por supuesto que considero el cine como parte de nuestra cultura, nuestra identidad y nuestro patrimonio artístico, defiendo que hay obras cinematográficas que merecen el hoy tan subjetivo estatus de “obra artística”, pero ¿es eso lo que de verdad importa? Lo que a mí me interesa particularmente de una buena obra, es el impacto que pueda tener, y no hablo de rendimientos comerciales, número de espectadores, o premios en festivales; sino de aquello que pasa por la cabeza (y también por el cuerpo) de cualquier persona que se siente delante de la pantalla.
“Lo que de verdad importa” es una película que sin duda me ha hecho pensar en esto, y no considero que se trate de una obra sobresaliente desde el punto de vista cinematográfico, no experimenta a nivel visual o narrativo, no genera una tensión dramática que coloque a los actores al límite de sus virtudes o posibilidades, no parte de un guion especialmente impactante… y además dudo que pueda situarse en los “top ten” de recaudación. Sin embargo, termina siendo una historia que resulta insólita e inspiradora.
Alec(Oliver Jackson-Cohen) es un joven inglés inmaduro cuya vida se vuelve caótica y desordenada tras el fallecimiento de su hermano Charlie. La aparición de un pariente (Jonathan Pryce) del que jamás había oído hablar y que se ofrece a resolver todos sus problemas a cambio de que se mude a Canadá (lugar de origen de sus antepasados), es el punto de partida para un camino que lleva al protagonista a descubrirse a sí mismo, al tiempo que aprende a descubrir a los demás y a poder entregarse a ellosdesinteresadamente. La historia es ciertamente sencilla en un principio, pero a la vez atrayente por lo intrigante de la propuesta de este familiar. Descubrir a qué viene todo esto será (además de saldar sus deudas económicas) el primer interés que mueva a Alec y lo que, no obstante, mantenga inmóvil al espectador en la butaca. Una vez al otro lado del Atlántico lo que comienza a ocurrir nos desconcierta —a Alec y a nosotros a partes iguales— la magia, la fe, el miedo, la ingenuidad, la superstición y la incredulidad empujarán el desarrollo de los acontecimientos de manera casi imperceptible hacia la fantasía, pasando por el drama y la comedia alternativamente y consiguiendo, sorprendentemente, no caer en la parodia, la ridiculez o la ironía.
El viaje iniciático que hace madurar a Alec lentamente, nos hará comprender que esta película no es una película más, aunque tampoco pretende ser más de lo que es. Es entretenida y tiene las cualidades necesarias para llegar agradar al público, es ligera, refrescante y emocionante en la dosis adecuada, pero, sobre todo, es una historia que nos introduce en los temas más complejos de la vida de un modo natural y espontáneo. La enfermedad y la muerte son cuestiones espinosas, tratadas por lo general de manera excesivamente grave, dramática, filosófica o aún peor, terriblemente lacrimógena (aún tengo más reciente de lo que me gustaría el recuerdo de Un monstruo viene a verme). Aquí, no obstante, el cáncer que sufre una adolescente (una brillante Kaitlyn Bernard) cuya fortaleza y simpatía conquistarán rápidamente a los protagonistas, se utiliza como fuerza extractora de todo lo mejor que se esconde dentro de ellos. Nunca sabremos si es Dios, una magia heredada ancestralmente, o el poder de las emociones, -ATENCIÓN SPOILERS- lo que desemboca en el final feliz de esta aventura. -FIN SPOILERS- Lo que sí puedo adelantar es que, sea lo que sea, esa energía nos envuelve al encenderse las luces de la sala tras la proyección.
Ya en los títulos de crédito, las imágenes reales de campamentos para niños con cáncer completan el menú haciéndonos pensar que, efectivamente, la enfermedad no es más que una situación amarga (en ocasiones demasiado) de algunas vidas, pero que no deja de ser parte de eso, de la vida, y por tanto, debe ser exprimida igual o en mayor medida. Este film, dirigido por Paco Arango, huye por tanto de la condescendencia habitual hacia las personas enfermas, y ese es sin duda su mayor valor, aunque no la clase de valor que vaya a colocarla entre las obras maestras de la cinematografía nacional. Pero eso no es lo fundamental en esta ocasión, pues el verdadero propósito de este proyecto (que a la vez es negocio y entretenimiento) es la inversión del 100% de la recaudación en la red de campamentos para niños enfermos “SeriousFunChildren’s Network”, fundada por Paul Newman, y con la que el director del filme colabora directamente a través de su propia institución, la Fundación Aladina.Más allá de esas consideraciones que a veces nos parecen trascendentales sobre qué estatus o enfoque deben adoptar las películas para resultar de nuestro interés, que nos mueva ahora a comprar una entrada lo que de verdad importa.
Nota El Blog de Cine Español: 8
Débora Madrid